domingo, 6 de junio de 2010

Alas me gustaría tener

Donde estoy tanto tiempo?
Que me voy y cuando quiero acordar
ya me estoy volviendo.

Que me hallo hablando en soledad con la soledad
y que busco tu vuelo azul.

Mariposa de la mañana,
viene y se apoya en mi madrugada
y luego se va, volando y viviendo,
se va viviendo.

Se puede seguir tu viento?
Se puede vivir sin saber los colores que vestís hoy?
Se puede?

La brisa amamanta este silencio,
tanto que ni tu aletear escucho,
solo me hallo hablando en soledad con la soledad.

Y alas me gustaría tener,
para poder seguirte,
me gustaría tener.

Es vivir como la gente


(... Lo que la gente quiere, es vivir como la gente...)


Hay tres sentados a mi derecha.
Tres opacos flacos de manos arrugadas
están con la cabeza baja y tomando vino
en unos vasos azules y mal lavados.
Gorras descoloridas de trabajar de sol a sol,
de lavarlas, usarlas y volverlas a usar.

A mi izquierda hay un policía esperando por su comida,
tiene los dientes manchados y habla,
habla de unas putas que conoció.

Hace alarde de lo muy macho que fue pegándole
a unos travestis de Carlos Calvo y San José.
Se desarma en una rechoncha risa
cuando recuerda como corrían asustados y a las puteadas,
con tacos y todos pintados y a las puteadas.

Detrás de la barra hay una parrilla,
casi con desprecio hay unos cortes baratos tirados al azar,
haciéndose a fuego lento.
El piso esta tan impregnado de mugre que no se puede reconocer cual era su color original.

El parrillero, un gordo a medio pelar,
se ríe y dice que no quiere tener auto,
que es de Moreno y que prefiere gastarse su triste sueldo
escribiéndole por celular a minas que conoció quien sabe donde.

Minas?

Seeee, ahora es un bombón de 17 años.
Una nena pero no sabes como se porta...

Y el milico se ríe y todavía tiene comida en la boca,
y todos ríen,
y el gordo se saca la grasa con el delantal y se ríe.

Y unos de los tristes cuerpos que están por ahí sentados
levanta la cabeza y piensa en voz en alta:
La puta, no hay un mango,
la calle esta tan seca y hay que volver a casa con algún pesito.

Todos se callan,
ya no se ríen de la mina de 17.
Se acuerdan de porque están ahí sentados,
comiendo esa comida que nunca le darían a sus hijos,
y agachan la cabeza y se mueren en silencio.

Con la grasa, el gordo, el milico,
los vasos baratos,
el anonimato...