jueves, 6 de agosto de 2009

El Barrilete

Más triste que pasar un invierno solo
era ver a esos dos jugando a ser familia.
Era en un campo amarillo como el trigo y solitario como una gran ciudad.
Eran torpes, ninguno sabía dar amor, más ninguno sabía fingirlo,
entonces ellos trataban de maniobrar un barrilete.
Estaba hecho con diarios viejos del pueblo de donde eran,
estaba hecho con cañas y engrudo,
estaba hecho con el último esfuerzo que le queda al corazón.

Les llevó toda una tarde hacerlo,
una tarde de cómplices, una tarde que aún hoy quisiera recordar como fue.
Era muy grande ese barrilete, era gris y negro y era muy grande.
Se lo llevó a lo infinito de la Pampa
y ahí se lo tiro al aire, flameaba y quería hacerse viento el muy despiadado.
Se le iba de las manos por momentos, era muy fuerte
y su amor muy débil, era muy infinito y ellos tan de carne.
Entonces esa tarde valía por mil tardes con amigos por ejemplo,
valía por dos mañanas con su mamá por ejemplo,
valía por toda la ingenuidad que tragó durante esos años por ejemplo.

Pero la Pampa no es como el mar que siempre ruge
y degolló a la tarde y se las sirvió en forma de noche,
más bien en forma de atardecer de invierno,
con manos frías y narices rojas
pies entumecidos y rosetas en las piernas, en las palabras y en los abrazos.

Se subieron al auto y cargaron el barrilete,
llegaron a casa sin hablar
comieron sin hablar y cada uno se acostó sin hablar.

El barrilete se tiró al día siguiente.

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