domingo, 26 de julio de 2009

El desierto

No hay lugar donde ir ni animal por cuerear para despojar
no sólo el regalo de Dios sino también la dignidad de la criatura.
La sangre nace de las tripas y termina en la incandescencia del sol.
El rey no se ha comportado como debía, debería ser degollado también,
frente a una multitud de ignorantes salvajes el debería ser cortado.
Qué no tenga privilegios por saber unos finos ademanes
y tener un montón de patrañas bajo el brazo,
patrañas que algunos llaman mentiras y otros amor.

Qué diferencia existe acaso entre el rey y el animal muerto ya?
La carne se pudre entre la tierra y las moscas,
dejada como se deja a las personas después del sexo,
sin sentido de haber sido tajeada y machucada.
Los ojos no sienten realmente la tristeza
porque para llorar hay que estar vivo
y tiene que doler, porque doliendo uno aprecia más su suerte.

Todo se les fue tanto al rey como al animal,
el jugo de las venas la perfidia de los jurados
la corrupción del alma las manchas del deseo, todo se fue.
Y el animal yace esperando que los gusanos dejen de agujerear la piel,
abandonado y postrado.

El rey espera que venga la muerte a arrebatarle sus últimas esperanzas,
es impaciente, es necio y terco egoísta y consumidor,
el es en estos instantes un suicida que no sabe lo peligroso que es quitarse la vida.

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