domingo, 21 de junio de 2009

Te vestís mirándome de reojo

Te vestís mirándome de reojo,
con tu espalda desnuda y blanca como la leche,
con tu cintura de anillos de oro.

Sentada en el borde de la cama,
jugás con mis sentimientos,
los pones al borde del precipicio,
los fusilás por la espalda,
y los dejas de comida para los carroñeros.

Te vestís mirándome de reojo,
sabiendo que tus palabras son mí condena.
El tiempo está cansado sobre esta cama,
casi moribundo se arrastra sobre nuestra llama,
y la apaga quemándose inclusive.

Pero nada mejor para el dolor que el hedor de un amor podrido,
un amor que se cae a costras,
a duras penas si sobrevive a otoños,
no pretendas que se salve del diluvio.

Te vestís mirándome de reojo,
sabés que podría ser la última vez,
pero preferís exprimir este amor,
hasta que nuestras bocas se rasguen de tanto maldecirnos.

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